jueves, 18 de octubre de 2012

stardost galaxies


Una alarma se mezclaba entre los sueños de Elias. Abrió los ojos y lo primero que vio fue el techo, la habitación estaba completamente oscura a pesar de que ya era de madrugada, Elias se levantó y se puso su tapado marrón. Su casa estaba toda oscura, el sol estaba cubierto por extensas persianas de metal. Elias encendió un cigarrillo y fue directo a la habitación de Amelia. Amelia se levantó, peinó un poco su largo cabello pelirrojo y bajó las escaleras.
-Al fin, Amelia, vamos a buscar algo para desayunar, vestite, no olvides ponerte tu traje.
Amelia se quejó, odiaba el traje, pero sabía que si no se lo colocaba podía sufrir de afecciones de la piel por la radiación, entre otras consecuencias.
Amelia y Elias salieron al barrio, estaba completamente desierto, las casas estaban sin vida, se las notaba destruidas, devastadas por los constantes, tremendos y devastadores movimientos en la tierra, tsunamis, cambios contantes de clima que habían ocurrido los últimos meses. No todos habían tenido la misma suerte de Elias y Amelia, como por ejemplo la esposa de Elias, la madre de Amelia. 
Elias caminaba por los escombros de la mano de Amelia, buscaban algo de comida en el mismo supermercado vacío de siempre. Habían pasado ya dos meses del acontecimiento y eran unos de los pocos seres con vida en aquella ciudad, los sobrevivientes ya se habrían mudado a otras ciudades menos afectadas. Elias no podía, no podía dejar la ciudad que lo había visto crecer, donde había conocido a su esposa ya muerta.
-Vamos, Amelia, ya tenemos algo de comer, volvamos.
Amelia asintió con la cabeza, mirando a su padre a los ojos, tenía los mismos ojos grandes y azules como el cielo que tenía su madre.
Llegaron a su casa, ya casi estaba oscureciendo. Empacaron sus pertenencias importantes y subieron al auto. Decidieron viajar, para encontrar esa ciudad utópica de la cual habían oído hablar. Elias tomó fuerzas para dejar la ciudad donde había crecido, donde había conocido esas personas que le llenaron toda su vida de felicidad y que hoy ya no estaban, decidieron por fin viajar debido a que ya faltaba poco para el diciembre 21 de 2012. El día del fin. El día en que las personas que habían sobrevivido a los atentados previos, según decían, iban a caer también. Nadie sabía su destino, ni Elias, ni Amelia, ni nadie. Era cuestión de esperar su porvenir, mientras tanto decidieron viajar y abandonar su ciudad.
Las horas pasaban y Elias y su hija seguían viajando, no emitían palabra, Amelia miraba por la ventanilla, el sol estaba muy fuerte, el calor aumentaba cada vez más. Faltaban tan solo dos días para el 21 de diciembre. No tenían miedo, solo curiosidad. Después de un largo día viajado llegaron al refugio, Elias se bajó con algo de miedo, tenía como siempre su largo tapado marrón, tomó de la mano a Amelia, encendió un cigarrillo y se encontró frente al gran portón de metal, el cual medía lo equivalente a un edificio de ocho pisos, aproximadamente. En aquel lugar habían algunos refugiados, todas aquellas personas temían del hecho que ocurriría en dos días.
20 de diciembre. 11:30 p.m. Amelia intentaba dormir, como su padre le había dicho, pero no lo podía lograr. Estaba inquieta, nerviosa, con un poco de miedo. El único hecho que la motivaba era el hecho de reencontrarse con su madre, la que ya no veía hace muchos meses. Elias tampoco podía dormir, 11.43 p.m., marcaba su reloj. Miró a Amelia, la vio dormir, y allí mismo vio dormir a su esposa, tal vez tanta espera valía la pena, intentó consolarse. Encendió un cigarrillo y recordó momentos dorados, cada minuto que el reloj marcaba era un minuto más cercano a lo desconocido. Elias sentía algo inexplicable, algo que no se puede expresar con palabras, no había espacio para tanto vacío. El reloj marcó las 12:00 p.m. Elias no tuvo si quiera tiempo de respirar, que todo se oscureció, sentía poco y de lo poco que sentía era miedo. No podía ver, era como sueño, pensó que tal vez estaba en un sueño, en una pesadilla, pero no era así. Al final del camino oscuro, vio una luz. La luz lo llenó de esperanza y de nervios a la vez, sentía ansiedad, por un momento pensó en Amelia. La luz cada vez se acercaba más y más, hasta que llegó a sentir que la rozaba. Al atravesar esa luz, tuvo muchos sentimientos raros a la vez, lo primero que vio fue un hombre, un tanto descuidado, vestido muy precariamente, el hombre tomó a Elias y se lo dio a una mujer, vestida algo más elegante, pero algo así como antigua. Elias parecía un muñeco, manipulado de todos lados, las personas parecían gigantes vestidas con harapos. Tenía miedo, no entendía que sucedida. El hombre que lo había sostenido en un principio comenzó a hablar en un extraño idioma. La mujer lo sostenía en sus brazos, Elias se sentía completamente débil, y ahí logró comprender. Era la segunda oportunidad, la oportunidad de hacer las cosas bien. La humanidad había comenzado de nuevo. 

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